ES ESENCIAL QUE LOS COLEGIOS ESTÉN ABIERTOS, PERO NO QUE LOS DOCENTES ESTÉN VACUNADOS

ES ESENCIAL QUE LOS COLEGIOS ESTÉN ABIERTOS, PERO NO QUE LOS DOCENTES ESTÉN VACUNADOS

Una manera bastante certera de medir el grado de civilización de una sociedad es comprobar el trato que dispensa a sus docentes. Nuestra especie humana ha llegado a ser lo que es gracias al conocimiento. Por tanto, la institución social encargada de su transmisión resulta esencial en el proyecto de ser más y mejores humanos.

No son los mejores tiempos para reconocer la verdad de estos principios vertebradores (no corresponde ahora analizar por qué). Para este curso se impuso una consigna compartida en la clase política: las escuelas tenían que estar siempre abiertas sí o sí. Y la han cumplido a rajatabla: hemos sido el único país de nuestro entorno que ha mantenido esta resolución de manera inflexible.

Por desgracia, las medidas adoptadas en los centros educativos no han estado a la altura, y ello ha generado contagios y brotes. Ha habido localidades donde únicamente los servicios esenciales (farmacias, ambulatorios y supermercados) y los centros educativos han permanecido abiertos. Ojalá fuera indicativo de un extraordinario afán por aprender. Por desgracia, no es así: la institución escolar es considerada y usada como una guardería; aquí empieza y termina su “esencialidad”. Todos los partidos se han puesto espontáneamente de acuerdo en que el precio a pagar en impopularidad por cerrar las escuelas -o sea, el servicio de guardería- no era asumible. Quizás no haya otro ejemplo de un consenso político tan extenso e intenso como este en la España de hogaño y rebaño

Con independencia de cualquier otra valoración, parece lógico pensar que si, para preservar un bien social, a un colectivo se le somete a un riesgo especial, es obligado proporcionarle una protección igualmente especial.

Pues bien, el sector del profesorado más expuesto (el que se sitúa en el tramo de edad de 55 años en adelante) no ha recibido a fecha de hoy ninguna vacuna contra el Covid-19. Cada día tiene que vérselas con centenares de alumnos, que cambian de aulas, que no siempre cumplen las normas y que, durante el recreo, se quitan la mascarilla para comer y beber. Además, desde el fin del estado de alarma, un buen número de ellos participa en “aglomeraciones festivas” (vamos a decirlo así). La mayor parte de la jornada laboral docente se desarrolla en un aula cerrada con decenas de adolescentes separados por una distancia mínima. Tampoco han sido “casos aislados” los alumnos que han ido al centro con coronavirus porque los padres tenían que ir a trabajar. No era posible detectarlos porque la inmensa mayoría de adolescentes son asintomáticos. Desde la más elemental aplicación de la teoría de juegos, la apuesta resulta insolidaria pero indudablemente racional. Precisamente corresponde a las autoridades públicas crear el marco legal donde rijan otras reglas del juego que preserven el interés de los demás (y el verdadero esperanto de la humanidad se llama sanción y multa).

A pesar de la permanente exposición al Covid-19, este sector ha sido declarado de facto no esencial. Estamos ya en el mes de mayo y no ha recibido ni una sola dosis. Y sigue arriesgando su salud día a día como si no hubiera vacunas disponibles. En muchos lugares del territorio español, la vacunación ha llegado ya a ese tramo de edad. Por tanto, se considera que un docente que trabaja en las condiciones descritas no ha de tener ninguna preferencia sobre una persona de 60 años, que podría estar jubilada y con mínima o nula exposición al virus.

La sociedad, a través de sus gestores, deja así meridianamente claro lo poco que importa un docente, no ya como experto en conocimiento (al fin y al cabo, una labor de ´guarda´ -según la reconversión profesional señalada- la puede ejercer cualquiera), sino meramente como ser humano, al no existir correspondencia alguna entre la protección que se le dispensa y el riesgo en que desarrolla su trabajo.

Los sindicatos docentes tampoco se han mostrado especialmente activos en denunciar la situación. ¿Por qué razón? Empecemos con estas dos:

  • La pléyade de liberados sindicales que desarrollan su actividad lejos de cualquier centro educativo. Es decir, ellos no están expuestos.
  • La inmensa mayoría del sector docente perjudicado (mayores de 55 años) no votará en las próximas elecciones sindicales pues estarán jubilados.

Hay una tercera causa de alcance más genérico y permanente: la inmensa mayoría de recursos de un sindicato los recibe directamente de la Administración y no de sus afiliados o de los trabajadores a los que representa. Hoy mismo, en medio de innumerables recortes e incrementos tributarios, anuncia el presidente del Gobierno un aumento del 26% en subvenciones a los sindicatos para cursos de formación.

Tampoco cabe demasiada sorpresa. Los políticos no valoran la enseñanza porque la sociedad no lo hace. Y mucho menos valora –es una consecuencia más- a sus profesionales. No obstante, constituye una obligación cívica dejar constancia de esta anomalía. Decían los romanos que optimi corruptio pessima: la corrupción de lo mejor es la peor. Por eso, será un signo inequívoco de que los tiempos empiezan a reconducirse que la escuela se vuelva a considerar un espacio de conocimiento. Ello conllevará, inevitablemente, la estima social de sus docentes (los cuales, obvio es decirlo, deberán estar a la altura de la tarea y ser seleccionados según los más exigentes criterios). Que nuestros ojos lo vean… antes de que anochezca.

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